Pablo Falcon


 PABLO FALCÓN, Madrid, Espagne

 

 Biographie

 

Fue algunos años más tarde cuando descubrí que la perplejidad que me producían aquellas figuras semienterradas en las dunas de arena de la ciudad en que nací, resultantes de los escombros de escayola envueltos en trapos, restos de albañiles, a veces con alquitrán o con restos de los que pintaban los techos y paredes, eran como las nubes, porque estaban llenas de sensaciones que el aburrimiento me empujaba a poner por cielos, mar y arena. Las manchas de tinta que sirven para probar qué hay en esas cabecitas, como los relatos de nuestros propios pasados. 

Era la época, por 1956,  en que hacía equipos de fútbol rivales, dibujando, dibujando en cada una de las tiras de papel sobrantes de una imprenta, los equipajes y las características que me parecían adecuadas para cada puesto; por ejemplo: fuertes, grandones, los defensas centrales, más bajitos los laterales, sobre todo si eran de los de correr por la banda,  bastante parecidos a los extremos; elegantes los jersey de los porteros, algunos con gorrilla; fornidos ciertos goleadores y escurridizos otros; en general todos atléticos que no pícnicos (destinados a directivos muchos de ellos), ni de esos asténicos aficionados al amor propio. 

En el primer curso de Psicología también me entretuve con los estudios de la relación entre el aspecto y el estilo de persona. En el colegio había que dibujar lo que nos venía. En Magisterio las mil formas del libro aquel. El dibujo lineal, la geometrías, las ciencias naturales. Como un oasis, un exiliado escultor que hizo un trazo en el papel que le acerqué a su mesa que aun recuerdo pasmado como aquella vez. Otro exiliado más del otro bando estaba refugiado en el colegio y a cambio pintaba a mano alzada los simulacros de mosaico de todo un edificio. Impresionantes. 

En las clases de metafísica empezaron los juegos con líneas atrevidas que aun ahora se esconden por ahí cuando hago un cuadro. Me encanta hacerlas y ver más tarde que entretienen, que emocionan, que divierten. Y con los colores más. 

En el Círculo de Bellas Artes y en la tienda cercana dejé tiempo y unas perillas en lápices, toma de apuntes, papeles, anatomías al desnudo, gomas de borrar, dolor de espaldas, amigos, modelos, mañana y tarde, como frenético, entre las sesiones de mi trabajo con cabezas, cuerpos y extremidades, grupos e individual. 

En la Facultad de Bellas Artes fui a hacer un segundo doctorado y como estaban hablando, mejor no hablar. 

Me querían comprar unas «pinturas» y como no me quería desprender de los óleos  que habían elegido del libro, les hice unas réplicas en acrílicos que también dejé en casa.

Por problemas de almacén pasé a usar como aceite solo el de oliva y, como materia, todo el arsenal alimenticio, y,  por no tener que guardar obra  más allá de unos días en el congelador, con la comida, con sus foto, dar ejemplo en facebook de imágenes que contrarresten un poco el abuso en nuestro imaginario de comida basura más reiterativa, menos creativa. Aglutinantes orgánicos, al masticar. A veces, uso las herramientas digitales.